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Con esas cosas no se juega (Parte1)

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Mensaje por palabras Dom Ago 10, 2008 8:18 pm

CON ESAS COSAS NO SE JUEGA

La historia jamas contado de lo que ocurrió en "El Atlante"

Como era de esperar, todo estuvo listo y en perfecto estado de revista a finales de diciembre; pero aún así la salida se postergó a causa del clima. No fue hasta dos semanas más tarde, y en vista de que el temporal no amainaba, que la fragata británica “El Atlanta” zarpó rumbo a Inglaterra. Bajo ningún pretexto se podía demorar más el retorno.

En cualquier caso, y pese a que el tiempo no resultaba propicio para un viaje tan largo, no existía el menor peligro al tratarse de una embarcación de este calado y tan reciente manufactura. A lo sumo se podía esperar que las inclemencias retrasaran en unos días la llegada, o hicieran el viaje menos agradable; empero las circunstancias especiales impuestas en esta travesía aquel era un barco de la armada, y tales condicionantes carecían de trascendencia.

Era la tarde del quinto día. Una tarde que tocaba a su fin, y en la que el frío empezaba a arreciar. Un sol vigoroso que durante toda esa jornada estuvo campeando por derramar su luz más allá del rebaño de nubes que se ensombrecían al alejarse o se hacían jirones arrastradas por el viento, se despedía sin perder su fulgor. Y a medida que el astro rey se sumergía en la inmensidad ofrecida por el oceánico horizonte, dejaba sobre él su anaranjado halo.

Al llegar estas horas el trajín en cubierta venía a ser inexistente, puesto que un nutrido número de cadetes bajaba al comedor; algunos para seguir allí con las tareas, y otros que tras terminar sus quehaceres arriba, esperaban el turno de la cena. En un barco militar donde viajaban 290 personas no podía ser de otra manera.

Momentos más tarde, salvo por los puestos en los que era estrictamente necesario dejar a alguien al cargo, la cubierta hubiera quedado vacía de no ser por una parte del reducido elenco de personalidades civiles que, a última hora y acreditados por un salvoconducto del cónsul ingles en Islas Bermudas, pasaron a formar parte del pasaje.

En una parte habilitada expresamente para ellos, más para que no incomodaran en las tareas de a bordo que por deferencia, la Sra. Kimbal y la anciana Sra. Sandler se entregaban por inercia a cumplir con su cotidiano ritual, ajenas tanto a los que estaban a su cargo como al resto de lo que era externo a su pequeño mundo particular. Ritual conocido, y que se ha practicado en todos los lugares y épocas sin que la raza fuera un condicionante. De esta forma, se cumplía a la perfección lo que era propio que ocurriera al encontrarse dos mujeres ociosas de escasa inteligencia, que además de coincidir en banalidad y absurdez, no conocían otra forma de afrontar el tedio que hablando.


El valiente pirata navega en su barco.
El valiente pirata buscaba un tesoro.
El valiente pirata de pata de palo.
El valiente pirata de parche en el ojo.


Inducido por la inquietud propia de los pocos años, y cansado de mantenerse junto a las faldas de una madre que no le prestaba atención y se mantenía ajena a sus requerimientos, el pequeño Albert tomó a Pupo y se alejó cantando. Pupo era su nuevo juguete, un títere sin hilos que su padre le trajo la semana pasada a la vuelta de una escapada de negocios a México. Un “fantoche”, como allí los llamaban, que representaba la figura de un pirata, al que decidió darle ese nombre basándose en la historia de un pirata francés que así se apellidaba y que su padre tuvo a bien contarle unos días antes; uno de esos tan escasos en los que no estaba enfrascado en traducciones y montañas de papeles, y recordaba que tenía una familia.

El valiente pirata navega en su barco.
El valiente pirata buscaba un tesoro.
El valiente pirata de pata de palo.
El valiente pirata de parche en el ojo.


Inmerso en un utópico mundo de fantasías y canciones, el pequeño Albert deambulaba por la cubierta de aquel barco de guerra sin contar con la supervisión de un adulto. Una y otra vez repetía aquella estrofa, la única que había conseguido aprender de la canción, la cual se veía interrumpida en ocasiones para interpretar un improvisado teatrillo en el que él, a las órdenes de Pupo, buscaba ese tesoro escondido. A falta de niños que se prestasen a jugar, solo mantenía las conversaciones, alternado la voz cuando tenía que meterse en el papel del valiente pirata, al tiempo que trataba de emular ese deje afrancesado que su padre utilizó para contarle la historia.

El valiente pirata navega en su barco.
El valiente pirata buscaba un tesoro.
El valiente pirata de pata de palo.
El valiente pirata de parche en el ojo.


Caminó de un lado a otro durante largo rato, con la cabeza gacha y sin destino cierto, sin prestar atención a los posibles peligros que pudiera haber en su entorno. Sin saber que, escondido en la popa, alguien le esperaba, alguien que, con una perturbadora sonrisa, se mostraba entusiasmado al comprobar que todo salía como él imaginaba. Junto a esta agazapada figura algo se agitaba con viveza dentro de una funda de tela, algo a lo que para que se aquietara dio un golpe seco con la mano que sostenía el cuchillo.

El valiente pirata navega en su barco.
El valiente pirata buscaba un tesoro.
El valiente pirata de pata de palo.
El valiente pirata de parche en el ojo.


Fue en el instante en que apenas unos pasos los separaban, cuando el asaltante tomó la funda de tela y un papel que había junto a ella y se arrojó con determinación sobre el pequeño Albert, que alzando la vista no pudo más que sentir pavor, ya no tanto por la sorpresa o el cuchillo, como por quien era su portador.

―¡Camina pirata!, y en silencio ―lo exhortó su atacante con la fría hoja del cuchillo impuesta sobre su garganta; y así lo hizo. Caminaron escasamente unos metros, para detenerse tras cajas y lonas donde se guardaban útiles de labor. El lugar que previamente había sido acondicionado para llevar a cabo su plan.
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Mensaje por CRISTAL Miér Ago 13, 2008 2:42 am

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Mensaje por palabras Miér Ago 13, 2008 5:31 pm

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